Acaban de dar la vuelta olímpica en helicóptero alrededor del Obelisco. Decime, ¿quién carajo lo guionó? No es ficción, es historia argentina. Si no estábamos los 40 millones de testigos y protagonistas, no nos creían.
No sé cómo ni por dónde entrarle a este escrito, pero sé que no puedo dejar escribir sobre el día más nuestro. Son más que 36 años. Es mucho más que la espera por saborear la épica del ´86. Pasó demasiada agua bajo el puente desde entonces. Muchos ni siquiera habíamos nacido cuando el país más austral del mundo elevó un grito justiciero frente a Inglaterra, en el Azteca. Pero quienes sí recuerdan ese mundial, aunque fuese borroso, añoraron toda la vida volver a ver las mismas únicas sonrisas. Ahora se entiende clarito, ¿no?

Nunca antes vi a mi pueblo tan feliz. “Coronados de gloria”, ¡eso quería decir! ¿Cómo nos iban a explicar que ese sentimiento existía? ¿Cómo podíamos entenderlo si no era viviéndolo? 36 años para la Copa Mundial, pero, para mi generación, 21 años para conocer la felicidad popular. Porque los que crecimos de golpe en el 2001, pateamos los años asimilando las penas. Luego vinieron mejores y peores épocas, pero diciembre de 2001 se marcó a fuego en el sub -y no tan sub-conciente de todos nosotros, de todas nosotras. Hambreando felicidad de la buena, de la auténtica, de la más justa.
Es 20 de diciembre. Hermosa justicia poética, la patria transpirada los llenó de lágrimas y amores hasta la Gral. Paz, ahí en los márgenes barridos, ahí frente al Mercado Central, ahí donde los gurises miran con la ñata contra el vidrio de la ciudad más rica del país. Es 20 de diciembre. Hermosa justicia poética, elevan vuelo triunfal en helicóptero, y las manos, los besos, los cantos, los llantos van al cielo. Van al cielo ¡y no putean! ¿Alguna vez sentimos tanto amor colectivo, tanta otredad, sin palos ni gases ni dolores?

Lo tengo que reconocer, durante años fui de las personas a las que el fútbol no les movía un pelo. Y cuando me decían: “No entendés, es más que fútbol”, claramente no entendía. Por supuesto que al final, en esa comprensión, habitamos las contradicciones, las injusticias, y ¿por qué no?: la irracionalidad. Pero acaso, ¿no es esa nuestra identidad colectiva? ¿Acaso no aprendimos a sobrevivir pechando todo eso una y otra vez? ¿Acaso alegría e identidad no van de la mano? ¿Acaso ambos no son derechos humanos?
Es 20 de diciembre y es más que fútbol. Y es más que historia. Es algo profundamente interior que no se puede explicar, que te arruga la frente y te empapa los ojos al vernos en los ojos de los otros. ¿Los otros o nosotros? Pase lo que pase mañana, sea lo que sea que nos deparen nuestros impredecibles días, hay una verdad justiciera que nadie puede negar: si ayer y hoy, 19 y 20 de diciembre de 2022, este pueblo no te cosquilleó el alma y la memoria no te cacheteó la conciencia, naciste en el país equivocado.
Por Natalia Tangona